Cristo crucificado de Velázquez

Ni Gólgota, ni Virgen Madre, ni Magdalena llorando. Solo un hombre en la cruz con su sombra sobre la cortina verde detrás. El espectador se pone delante, o se arrodilla, ante un Cristo casi a tamaño natural.

A 4158Cristo crucifijado de Velázquez, c.1632,(248 × 169 cm), en el Museo del Prado, Madrid (foto en dominio público)

Parece quieto más que muerto. De su tortura solo hay las señales casi simbólicas, al contrario de las representaciones corrientes del Calvario y la Crucifixión. Su sufrimiento se ha acabado y ya no evoca empatía, ni horror, solo meditación. Velázquez quiso llevar al espectador al misterio de la muerte de Jesús y no distraerle con el espectáculo mórbido de su ejecución.

El cuerpo de Jesús está bien proporcionado, sin características físicas inusuales, exageraciones o énfasis. Velázquez no quiso crear otra figura hercúlea a la manera de Miguel Ángel. Su Cristo fue un hombre como cualquier otro.

2-1-dibujo-miguel-angel-dedicado-a-vittoria-colonnaDibujo de Cristo crucificado de Miguel Ángel para su amiga Vittoria Colonna (foto Sevilla.ABC.es )

Está sobre un soporte de madera, y todavía parece mantenerse derecho, inclinando su peso ligeramente sobre la pierna derecha. Hay clavos en ambos pies. El suegro y maestro de Velázquez argumentaba que Cristo fue crucificado con cuatro clavos, no tres, y parece haberle convencido. Además, fue una manera más conveniente para representar la postura clásica y serena que Velázquez quería.

Una imagen clásica

La imagen fue el resultado de los estudios que Velázquez hizo en Italia. Allí vio este grandioso mural de la Crucifixión de Tintoretto y se quedó maravillado.

Tintoretto, La crocifissione, Sala dell'albergo, Scuola di San Rocco, Venezia

Crucifixión de Tintoretto, 1565, (518 × 1,224 cm (203.9 × 481.9 in)Scuola di San Rocco, Venecia  ( foto Wikimedia en dominio público)

Hay más de cien personas representadas en lo que parece una ilustración completa del acontecimiento bíblico. Es toda una novela. El cielo se pone negro y los relámpagos saltan. Decenas de espectadores contemplan la Crucifixión, algunos sobre sus caballos. Además de Cristo en la cruz y la preparación para alzar las cruces de los dos criminales, se ven a la Virgen, a María Magdalena y  a san Juan, pero también quedan ilustrados los soldados que echan los dados para ver quién se queda con la túnica de Cristo. Hay tanta actividad debajo de la figura en la cruz que uno se pierde en la muchedumbre y se olvida de mirar hacia arriba.

No era lo suyo

Al principio, Velázquez se puso a emular a los grandes pintores de Italia, e intentaba crear sus propias obras dramáticas o narrativas. Sin embargo, el salto a este tipo de pintura le fue demasiado grande. Era experto en el retrato y copiaba del natural. No había creado composiciones complejas de su imaginación, como las de Tintoretto. Necesitaba tener sus modelos delante.

Velázquez_-_La_Fragua_de_Vulcano_(Museo_del_Prado,_1630)La Fragua de Vulcano de Velázquez, 1630, en el Museo del Prado (foto Wikimedia en dominio público)

Decidió centrarse en el desnudo y buscaba el secreto de las esculturas del mundo griego.

450px-Hermes_portant_Dionysos_par_PraxitèleCopia de Hermes llevando a Dionísio de Praxiteles en el Museo de Olimpia, Grecia (foto de Laitue bajo licencia CCAA)

Encargó reproducciones de las esculturas griegas y romanas y las envió a España, donde hoy se pueden admirar en el Museo del Prado.

Y mientras copiaba los modelos al natural, su idea del desnudo iba cambiando. Idealizaba.

Cuando, nada más volver a España, recibió el encargo para esta Crucifixión, no pensó en las grandes obras de sus contemporáneos, sino en una figura de Cristo idealizada a lo clásico.

Historia de las representaciones de Cristo

Durante siglos se debatía en la Iglesia la manera de representar al Salvador, o incluso, si se debía hacerle representación alguna. ¿El Primer Mandamiento no prohibió cualquier imagen de Dios?

Pronto, sin embargo, la Iglesia Romana decidió que el arte cristiano bien podría enseñar a Jesús, y con propiedad, precisamente porque, según la creencia cristiana, las cosas habían cambiado desde las revelaciones del Monte Sinaí, y Dios se había hecho hombre. ¿Por qué no demostrar el hecho de la Encarnación? Entonces el debate se centró en cómo representarlo.

La Igesia Ortodoxa todavía utiliza iconos y ha resistido al realismo. Un icono debe provocar lo que se ha llamado “el ayuno de los ojos”. Debe llevar al conocimiento del misterio de la Encarnación y no dirigir los pensamientos al mundo terrenal.

Y durante siglos en las iglesias de Occidente las pinturas de Dios y Cristo eran también iconos.

461px-Painted_cross_umbrian_school_victoria_and_albert_museum_XIIcCristo crucificado, siglo XII, de autor anónimo de la Escuela Umbriana, Italia, en el Museo Victoria y Alberto, Londres (foto en dominio público)

Luego, al final del medievo, sus representaciones empezaban a cambiar, a veces con una finalidad narrativa, a veces con un propósito sentimental.

Este célebre cuadro del pintor alemán Grünewald es el clásico ejemplo de una Crucifixión que casi horroriza al espectador y promueve su compasión.

Mathis_Gothart_Grünewald_022 bigCrucifixión de Grünewald, 1512-1516, (269 cm × 307 cm) en el Museo de Unterlinden, Colmar, Francia (foto Wikimedia en dominio público)

Hoy muchos teólogos actuales preferirían volver al arte menos realista, más simbólico. Una Magdalena demasiada atractiva, como ésta de Maino, no conduce precisamente a la contemplación de los misterios de la Fe.

400px-Maino_Magdalena_penitente_1615_col_par_GinebraMaría Magdalena de Juan Bautista Maino (1581-1649) en colección privada (foto en dominio público)

No se saben las estipulaciones del encargo de esta Crucifixion de Velázquez. Pero pocas son capaces de provocar la contemplación piadosa a través de una belleza tan singular.

Leyenda

338px-Felipe_IV_de_castaño_y_plata,_by_Diego_VelázquezRetrato del Rey Felipe IV de Velázquez, 1632-1632 (foto Wikimedia en dominio público)

Sobre el encargo de la pintura del Cristo de Velázquez hay una leyenda. El Rey Felipe IV, siempre al acecho de las mujeres atractivas, intentó seducir a una bonita novicia. Ella pudo rechazarle con un método ingenioso. Colocó un ataúd en su celda y se tumbó en él, fingiéndose muerta cuando apareció el Monarca. Avergonzado y penitente, el Rey encargó esta pintura y la regaló al convento, San Plácido, de Madrid.

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