Para muchos, la Última Cena de Leonardo da Vinci es la representación de referencia, la imagen que visualizan al evocar el gran evento del Nuevo Testamento.
La Última Cena de Leonardo da Vinci ,1495-1498 (460 cm × 880 cm (181 in × 346 in) Santa Maria delle Grazie, Milán ( foto CC0 1.0 Universal Public Domain)
Pero, si uno quiere pintar una versión diferente, si se atreve a crear la suya, ¿qué cambios podría hacer?
Al contemplar el fresco de Leonardo, Jacobo Tintoretto, el revolucionario pintor del Renacimiento italiano, debió pensar algo así :
“¿Por qué Leonardo ha colocado los Apóstoles en fila? Parece que no fue capaz de encontrar otra manera de incluir a todos en la escena y, al mismo tiempo, mostrar sus caras. Así se le queda esa mesa larguísima que no aporta nada al drama. Y, además, tuvo que cortar a todos los comensales por la mitad.
“Voy a quitar protagonismo a ese mueble pesado y mostrar a los Apóstoles enteros. Al fin y al cabo, son ellos el tema, ¿no? Cogeré el mismo momento de la historia bíblica, cuando Jesús anuncia que uno de sus Apósteles le traicionará, y dejaré que sus cuerpos hablen. Las palabras de Jesús van a caer como una bomba y dejarán a todos desquiciados. Un pintor tiene que dramatizar.
“Y los colores de Leonardo, aunque bellos, son independientes del tema y del momento del drama. La luz debe participar en el espectáculo, como lo hace en el teatro. En esta obra el color no es más que maquillaje. Pero el color es un instrumento; empleado con imaginación, aportará mucho al drama. Por ejemplo, voy a poner a Judas en la oscuridad, y así señalarle.
“Y una cosa más. ¿A qué viene tanto embellecimiento: los hermosos vestidos de los Apóstoles, el largo mantel de lino planchado, la inmensa sala-comedor de palacio? Aquellos santos, ¿no era gente sencilla? ¿No solían reunirse en comedores modestos? Daré algo de color a sus vestidos pero situaré a los hombres en un ático y los sentaré sobre sillas de mimbre en una mesa que se menea.”
He aquí la Última Cena de Tintoretto. Es sólo una de muchas pinturas que creó con este tema, cada una con su rebeldía característica.
La Última Cena de Tintoretto, 1563-1564 (221 x 413 cm.) la iglesia de San Trovaso, Venecia (una reproducción mejor aquí)
Durante mucho tiempo la gente que veía la pintura se asombraba. Algunos, como es de esperar, no aprobaban la agitada representación.
“¡Que detalles más toscos, groseros!” dijo el crítico de arte inglés Ruskin. “Tintoretto ha rebajado la Última Cena al más corriente de los banquetes,” dijo Jacob Burckhardt, el célebre crítico suizo. “Y ese Apóstol que se estira para coger una botella: ¡qué acción más importante para representar!” ironizó otro. “Todo ese movimiento perturbante, la silla caída, los modales teatrales…¿a dónde se ha ido la belleza y la dignidad del sagrado evento?»
Jacobo Tintoretto (1518-1594), figura de leyenda, por él mismo a los 25 años (foto en dominio público)
El gran revolucionario
El día en que nació, una vez que dejó de llorar y se situó, ¿no pidió pincel, paleta, y colores? Ya sabía que tenía que moverse, que había mucho mundo que pintar.
Fue su propio maestro. Su padre le había enviado a estudiar con Tiziano, el pintor más grande de Venecia, pero no duró ni diez días con él, nadie sabe porqué. Los biógrafos dicen que Tiziano le cogió celos al ver lo bien que pintaba, pero nadie se cree eso. Igual el chico le ponía nervioso.
Tintoretto encontró un lugar para pintar y estudiar y trabajaba todo el día, todos los días, hasta caer agotado. Copiaba en arcilla y cera las reproducciones de las grandes estatuas. Dibujaba todo lo que estaba quieto y también lo que no. Pintaba hasta que se acababan los colores. Encima de la puerta de su estudio fijó este lema: “El diseño de Miguel Ángel y los colores de Tiziano”. Así de alto apuntaba.
Él mismo aprendió a hacer una pintura al oleo tan rápidamente como otros hacen un esbozo con carboncillo. Sebastiano del Piombo, el protegido de Miguel Ángel, dijo que Tintoretto podía pintar en un par de días lo que a él le llevaba dos años.
En un concurso para el encargo de un cuadro para San Rocco, en donde se requería de los artistas un boceto, Tintoretto entregó ya terminada la pintura completa. “Yo no hago bocetos,” dijo.
Al final, pintó toda la ciudad de Venecia. Sus conventos, los palacios, las iglesias, todos lucían pinturas suyas. Sus obras más importantes están en la Scuola di San Rocco, donde trabajó durante años. Su última obra maestra, el Paraíso, en el Palacio Ducal, es la mayor pintura jamás realizada. Mide 22,6 x 91 metros. Hay miles de figuras. Y seguro que si hubiera tenido más espacio, habría pintado el resto de las almas que residen allá en lo alto.
Paraiso (detalle) de Tintoretto en el Palazzo Ducale, Venecia (foto en dominio público)
Al terminarla, se paró un minuto, miró al espejo, y pintó este retrato.
Tintoretto autorretrato (Wikimedia foto en dominio público)
No pienses que, porque no veas la llama, se ha extinguido.
Fuentes:
La obra pictórica completa de Tintoretto, editorial Noguer, S.A., Barcelona, 1972
Tintoretto, catálogo a cargo de D. Miguel Falomir, editado con motivo de la exposición celebrada en el Museo del Prado del 30 de enero de 2007
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